10 de febrero de 2017

Theatrum: SAN ANTONIO ABAD, un monumental patrono de los animales












SAN ANTONIO ABAD
Taller de Juan de Juni (Joigny, h. 1507-Valladolid, 1577)
Hacia 1547
Madera de pino policromada
Museo Nacional de Escultura, Valladolid
Procedente del monasterio de San Benito el Real, Valladolid
Escultura renacentista española. Manierismo. Escuela castellana












Recreación virtual del retablo de San Antonio Abad en la iglesia
de San Benito el Real de Valladolid
En la iglesia del monasterio de San Benito el Real, de dimensiones catedralicias, la capilla mayor estuvo presidida por el incomparable retablo que realizara Alonso Berruguete entre 1526 y 1532. Al cabo de unos años, fueron encargados otros dos retablos para ocupar los ábsides laterales, el del lado del evangelio dedicado a San Marcos, copatrono del convento benedictino, y el del lado de la epístola dedicado a San Antonio Abad, patrón de los Hospitalarios, en ambos casos presididos por las esculturas titulares en la hornacina central de cada retablo. Tanto estos dos retablos, como el mayor y la sillería del coro, fueron desmantelados en 1835 a consecuencia de la desamortización de Mendizábal, pasando de forma un tanto caótica, junto a otras muchas obras de la iglesia, al recién creado Museo Provincial de Bellas Artes de Valladolid, desde 1933 convertido en Museo Nacional de Escultura.

Desde entonces se ha buscado filiación para esta magnífica escultura de San Antonio Abad, lo que ha dado lugar a todo un galimatías de atribuciones.  Aquel retablo era citado por Antonio Ponz (1725-1792) en su Viaje, donde relaciona la escultura con Alonso Berruguete, y por Eugenio de Llaguno y Amirola (1724-1799), que en su Noticia de los arquitectos y arquitectura de España se inclinaba por adjudicar la autoría a Gaspar de Tordesillas. Poco después, Isidoro Bosarte (1747-1807) afirmaba haber sido informado por el archivero de San Benito, el padre Mauro Monzón, de la existencia de unos documentos que corroboraban la autoría de Gaspar de Tordesillas.

El asunto se complicó con las teorías del historiador vallisoletano Juan Agapito y Revilla (1857-1944)1, que estimaba que la atribución de la escultura a Juan de Juni, tal como figuraba en el Catálogo del Museo de 1843 y en el Inventario de 1851, era "caprichosa a todas luces", apoyando la autoría de Gaspar de Tordesillas, como también lo hiciera Juan Martí y Monsó (1840-1912), en su Catálogo de 1874, y Pedro Muñoz Peña en la publicación de 1885 El Renacimiento en Valladolid : estudio crítico de las principales manifestaciones artísticas que de dicha época.

Fue Juan José Martín González (1923-2009)2 quien consideró que, mientras que Gaspar de Tordesillas fue un escultor próximo a los modos de Berruguete, la escultura de San Antonio Abad muestra rasgos estilísticos típicamente junianos. En la actualidad se acepta que el retablo, cuya estructura también se conserva parcialmente en el Museo Nacional de Escultura, es obra del entallador Gaspar de Tordesillas, que lo habría realizado hacia 1546, mientras que la escultura del santo, en el caso de que no se trate de una obra con la participación personal de Juan de Juni, su diseño, monumentalidad, su movimiento helicoidal y el tratamiento de los plegados y las barbas responden a los rasgos habituales del gran maestro borgoñón, por lo que puede considerarse como una obra salida de su taller3, en la que habrían intervenido sus más cercanos colaboradores.

El retablo, organizado en tres calles, se completaba con tres pinturas referidas a la Pasión de Cristo y la vida de San Antonio de Padua en la parte superior, destacando en la calle central el Calvario de gran tamaño realizado por Alonso Berruguete entre 1530 y 1535 para presidir el enterramiento de Juan Paulo de Oliveiro. Otras dos pinturas con episodios de la infancia de Cristo se colocaban en la parte inferior flanqueando la hornacina central, según Bosarte de autor desconocido y, como las superiores, de estilo goticista4.

San Antonio Abad o San Antón fue un santo con mucho predicamento en el siglo XVI, siendo muy habituales sus representaciones en el arte. Fue un monje cristiano que en el siglo IV fundó en Egipto el movimiento eremítico, afirmándose que llegó a vivir hasta los 105 años. En el siglo XII sus reliquias fueron trasladadas a Constantinopla, fundándose poco después una orden que tomó su advocación: la Orden de los Caballeros del Hospital de San Antonio u Orden de los Hospitalarios, distinguidos por el emblema de la tau o cruz egipcia. En torno a su figura  y su vida como eremita se difundió la leyenda piadosa de haber curado la ceguera de una piara de cerdos o jabalíes que se le acercó en su retiro, permaneciendo la madre de los animales durante toda su vida junto al santo como compañía y defensa.

Por este motivo, se generalizó una doble iconografía tanto en pintura como en escultura. En la pintura tuvo una gran aceptación su representación mostrando la resistencia de su fe ante las tentaciones durante su vida como eremita, mientras que en la escultura se consolidó una invariable iconografía cuyos atributos le presentan como un anciano longevo y venerable —concepto expresado con largas barbas—, revestido con el hábito hospitalario y descalzo, portando el libro de su Regla, sujetando un báculo que generalmente lleva un remate en forma de tau y acompañado por un cerdo a sus pies.

Extendida la idea del cerdo como un animal impuro, especialmente entre los musulmanes, la presencia de este animal junto al santo implica la redención de su impureza para los cristianos. San Antonio Abad sería muy venerado por su fama de sanador, especialmente relacionada con el ganado y los efectos de la peste, siendo esta la principal causa de la expansión de su culto y de convertirse en un santo muy popular como patrono de los animales domésticos, siendo constante en sus representaciones la compañía de un cerdo o jabalí que porta la esquila con la que antiguamente solían avisar los apestados.

La talla de San Antonio Abad se ajusta con precisión a la iconografía tradicional, siendo representado de pie en tamaño algo superior al natural, sujetando con su mano diestra elevada un báculo en forma de tau, vistiendo el hábito monacal con cogulla y escapulario, con gesto ensimismado al inclinar ligeramente la cabeza para dirigir la mirada al libro abierto que porta en su mano izquierda y la preceptiva figura de un jabalí que eleva su cabeza junto a sus pies.

En conjunto presenta un movimiento cadencial y elegante, que Martín González equipara a un emperador romano, estableciendo un suave movimiento helicoidal típicamente manierista que indiscutiblemente se relaciona con la obra de Juan de Juni. Muy expresivo es el trabajo de la cabeza, con grandes entradas, un gran mechón sobre la frente y cabellos y barba de dos puntas de rizos abultados que le proporcionan una gravedad que recuerda el empaque del Moisés de Miguel Ángel. El rostro, enjuto y con el ceño marcado, presenta una nariz recta, párpados abultados con ojos rasgados y la boca ligeramente entreabierta.

La figura muestra la habilidad para establecer los plegados, respondiendo al espíritu juniano los magistrales detalles de las arrugas del escapulario producidas por la presión del libro contra el hábito y el suave modelado de los pliegues, que recuerdan sus trabajos en barro. En la parte inferior el jabalí levanta su cabeza hacia el santo mientras parece abrirse paso entre la caída del hábito, lo que contribuye a realzar su dinamismo contenido y a identificar al santo.

Como en otras esculturas elaboradas en el taller de Juni en esa época, la policromía presenta matices preciosistas que casi le proporcionan un aspecto metálico. El hábito, de color ocre oscuro, está enteramente estofado con medallones y líneas esgrafiadas que simulan hilaturas de una tela real, lo mismo que el manto, localizando las más bellas labores ornamentales en la cogulla y el escapulario negro, con un repertorio de trenzados vegetales esgrafiados que hacen aflorar el oro para infundir a la figura una gran luminosidad. En una de las páginas del libro abierto se puede leer la inscripción "Domine labia mea aperiens et os meum anunciadem". Las carnaciones son mates, destacando los tonos canosos de los cabellos y las barbas y los pequeños matices de las arrugas, mejillas y párpados.

La escultura, tallada en madera de pino y concebida para ser colocada dentro de una hornacina, por su gran tamaño y como era habitual, está ahuecada en su parte posterior para reducir su peso y evitar la aparición de grietas.      


Informe y fotografías: J. M. Travieso.



NOTAS

1 AGAPITO Y REVILLA, Juan: La obra de los maestros de la escultura vallisoletana: papeletas razonadas para un catálogo, Tomo I. Valladolid, 1929, pp. 183-184.

2 MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José: Juan de Juni, vida y obra. Madrid, 1974. pp. 347-349.

3 ARIAS MARTÍNEZ, Manuel: San Antonio Abad. Museo Nacional Colegio de San Gregorio: colección / collection. Madrid, 2009, pp. 132-133.

4 HERNÁNDEZ REDONDO, José Ignacio: Crucifixión. En: URREA FERNÁNDEZ, Jesús: Pintura del Museo Nacional de Escultura. Siglos XV al XVIII (I). Madrid, 2001, pp. 69-70.


















































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