8 de abril de 2016

Visita virtual: PORTADA DEL JUICIO FINAL, catedral de San Trófimo de Arlés








PORTADA DEL JUICIO FINAL
Anónimo
1180-1190
Piedra labrada y fustes romanos reaprovechados
Iglesia de San Trófimo, Arlés
Escultura románica. Escuela provenzal








CONSIDERACIONES GENERALES

El arte Románico dejó diseminado por distintas regiones francesas un impresionante legado escultórico cuyo variadísimo repertorio siempre aparece supeditado a los elementos arquitectónicos de los majestuosos edificios. El fenómeno de creación escultórica en Francia, fiel reflejo de la "Iglesia dominante", representa un proceso de creación que se integra en la esencia de la cultura medieval creando un universo original y peculiar que se convierte en uno de sus mejores exponentes, siempre alentado por la religión concebida como un misterio y la idea de Dios como un ser omnipotente y omnipresente, explicado como la única esperanza para no sucumbir en un mundo incierto y oscuro.

El punto de partida se encuentra en los tímidos ensayos prerrománicos ejercitados por los pueblos bárbaros —ostrogodos, francos, lombardos y visigodos— que apenas cultivaron la escultura monumental tan característica del legado grecorromano, limitándose a realizar, junto a sofisticados trabajos de orfebrería, obras de pequeño formato de carácter ornamental que recogían algunas influencias del lejano Bizancio, imperio que fuera depositario del legado clásico.

De modo que, después de las experiencias griegas y romanas, se diría que se hizo la noche en el campo de la escultura, desapareciendo por completo en el mundo occidental el tipo de obras monumentales que caracterizaron a aquellas culturas mediterráneas. Esto se mantuvo hasta que con el arte Románico, especialmente en territorio francés, comenzó en el siglo XI un proceso evolutivo que culminó en el XII y que abrió la senda a la progresiva eclosión escultórica del arte Gótico.

En los inicios de este proceso las figuras ofrecían un rudo tratamiento dominado por un esquematismo simplista y un fuerte sentido geométrico, con anatomías toscas y desproporcionadas y las vestiduras pegadas al cuerpo, siempre ajenas a la búsqueda de un mínimo naturalismo. A lo largo del siglo XII se aprecia una evolución hacia formas más libres, sin perder su carácter esquemático, en el que las vestiduras se van despegando de los cuerpos para adquirir un marcado relieve en el que los escultores más avezados incorporan una gran profusión de pliegues menudos y repetitivos en un intento de emular la realidad, así como unas anatomías potentes, generalmente repetitivas y de canon poco esbelto, que destacan de los fondos para producir un fuerte contraste de luces y sombras.

Es entonces cuando quedan consolidadas las características que definen la escultura románica monumental, entre las que se encuentran su finalidad decorativa, su supeditación al marco arquitectónico, su concepción eminentemente frontal y su carácter simbólico y alegórico para representar ideas concretas de carácter catequético, ajenas a cualquier tipo de naturalismo o modo de percibir la realidad a través de los sentidos, enfatizando el mensaje ideológico de una determinada visión de la ética y las creencias, en suma, ajustadas a la predicación de la ortodoxia religiosa. En las representaciones escultóricas las figuras humanas, animales, vegetales y objetos presentan una realidad ingenua y sistemáticamente deformada para expresar un trasfondo ideológico, ajeno a la belleza natural, cuyos matices configuran un tipo de estética cuyas imperfecciones formales paradójicamente se convierten en su mayor atractivo, en algunos casos con resultados sorprendentes y fascinantes, no exentos de expresionismo.

El repertorio escultórico románico persigue la belleza espiritual, no la corporal, incidiendo en la idea del pecado y de la salvación, motivo por el que se prescinde de la representación del cuerpo desnudo y de todo lo que pueda resultar sensitivo o sensual, pues el cuerpo es concebido como prisión del alma que, a través de la práctica de la virtud, puede alcanzar la vida eterna. Para ello se recurre a la representación de aquellos pasajes bíblicos y evangélicos de los que emanan enseñanzas moralizantes, en ocasiones entremezclados con personajes mitológicos que simbolizan los mismos valores —Sansón y Hércules— y acompañados de todo un repertorio de figuras humanas y animales reales o fantásticos con los que se simbolizan determinados vicios o pecados que se han de combatir, como la avaricia, la lujuria, la pereza, la envidia, etc., o mostrando directamente el castigo de los pecadores.

Ángeles apocalípticos
El lugar preferido para presentar estas prédicas visuales son los capiteles de portadas, ventanales y claustros, alcanzando su máxima expresión en las portadas de las iglesias, que adquieren el valor de un auténtico "escaparate" público y permanente en el que la acumulación decorativa se muestra como toda una declaración de los principios religiosos imperantes en la época, determinados por el temor a un Dios vigilante e implacable, según un programa iconográfico meticulosamente calculado para atemorizar y aleccionar a los fieles.

En unas ocasiones el programa escultórico se distribuye por toda la fachada, como ocurre en Notre Dame la Grande de Poitiers o en la catedral de Saint Pierre de Angulema, aunque lo más habitual en el siglo XII es que se concentre en las portadas, donde se generaliza la colocación de un tímpano en el que aparece el Pantócrator o Cristo en majestad, sedente en el interior de una mandorla, coronado como rey, sujetando las Sagradas Escrituras, en actitud de bendecir y rodeado de los símbolos del Tetramorfos —el águila, el león, el toro y el hombre— que aluden a los Cuatro Evangelistas.

En unas ocasiones los tímpanos muestran pasajes evangélicos que glorifican a Cristo, como en el caso de Saint Sernin de Toulouse con el tema de la Ascensión o el Pentecostés representado en Sainte Marie-Madeleine de Vézelay, aunque se convertiría en un tema recurrente el Juicio Final, cuyo contenido apocalíptico cobraría una especial dimensión desde la incertidumbre creada por el cambio de milenio, alcanzando una especial expresividad en Sainte Foy de Conques, en Saint Pierre de Moissac, en Saint Lazare de Autun (con estilizadas figuras labradas en el siglo XII por Gislebertus) y en San Trófimo de Arlés, en todos los casos con el tamaño de las figuras jerarquizado según su importancia dentro de la narración.


EL ROMÁNICO PROVENZAL

Sabido es que el Románico es concebido en el siglo XII como un movimiento artístico unitario, es decir, que las pautas estéticas de la pintura y escultura eran seguidas por igual en todos los territorios europeos, del mismo modo que en todos los países de edificaba de la misma manera, se cantaba de igual forma (canto gregoriano) y se escribía en latín utilizando la misma letra para la escritura (letra carolingia). Sin embargo, dentro de esta uniformidad, el románico provenzal presenta unas características especiales que encuentran su justificación en dos motivos fundamentales: su relación, por razones de proximidad, con la simplicidad del románico lombardo, de cuyas influencias no fue capaz de sustraerse, y la inspiración escultórica en los numerosos vestigios romanos y paleocristianos diseminados por la región provenzal.


Cortejo de los elegidos (anterior) y de los condenados
Por este motivo, el románico provenzal acoge elementos tratados de forma diferente al de otros lugares, cuyo denominador común es un fuerte sustrato clásico. Si en lo decorativo es frecuente encontrar columnas de tipo romano, con capiteles corintios o compuestos, en ocasiones con fustes marmóreos reaprovechados de ruinas romanas, en la elaboración de frisos y tímpanos se toman como fuente de inspiración los trabajos escultóricos que pervivieron en las ruinas romanas y especialmente en la masiva y variada muestra de sarcófagos paleocristianos, en ocasiones reconvertidos en mesas de altar.

Ello explica que frisos y tímpanos presenten una gran acumulación de figuras humanas en las que subyace un fuerte clasicismo inexistente en otros lugares, que el repertorio decorativo recurra a motivos clásicos romanos, como grecas, palmetas, ovas, rosetas, roleos, etc., y que tengan presencia personajes y animales mitológicos —leones, centauros, etc.— en detrimento de los animales fantásticos relacionados con los bestiarios medievales, tan comunes en otras manifestaciones del románico europeo. Sirvan a título ilustrativo los trabajos de exquisita finura y pervivencia clásica que presentan las portadas de Saint Gilles du Gard y de Saint Trophime de Arles, ambas del siglo XII.    
  
San Trófimo
SAN TRÓFIMO

Trófimo era un gentil procedente de Éfeso que acompañó a San Pablo en su tercer viaje, siendo el causante de las iras desatadas por los judíos contra el apóstol en Jerusalén por haber mancillado el templo al permitir entrar en él a un gentil. Su nombre también es mencionado en la segunda Epístola a Timoteo, donde se menciona que Trófimo permaneció enfermo en Mileto.

Una leyenda cuenta que este discípulo de San Pablo, tras pasar por Roma, llegó a Arlés el año 46, encabezando una comunidad cristiana asentada en la necrópolis de Alyscamps de la ciudad. En esta idea abundaba el papa san Zósimo cuando en 417 escribió a los obispos de las Galias manifestando que la Santa Sede1 había enviado a aquellas tierras a Trófimo, cuyas predicaciones en Arlés extendieron la fe cristiana por toda la comarca. Con el deseo de prestigiar los orígenes de las sedes episcopales, se identificaba erróneamente a Trófimo con el discípulo de San Pablo.

Sin embargo, ciento cincuenta años después san Gregorio de Tours aclaraba que san Trófimo fue uno de los siete apóstoles de la Galia que en tiempos de Daciano, a mediados del siglo III, habían sido enviados desde Roma para evangelizar aquellas tierras: Dionisio (París), Gaciano (Tours), Saturnino (Toulouse), Pablo (Narbona), Marcial (Limoges), Austremonio (Auvernia) y Trófimo (Arlés), que está considerado como el primer obispo de Arlés, no conociéndose nada más de su biografía.   

EL PÓRTICO DEL JUICIO FINAL DE SAN TRÓFIMO DE ARLÉS

La primitiva catedral de Arlés se comenzó a levantar en el siglo V en el lugar en que se encuentra, siendo mencionada en tiempos del obispo san Hilario (429-449) bajo la advocación de San Esteban. En el año 972 fueron trasladadas a ella las reliquias de San Trófimo, que había sido enterrado en el cementerio de Les Alyscamps, cuya devoción popular originó el cambio de advocación del templo por la del santo obispo de Arlés. Entre los siglos X y XI la iglesia fue paulatinamente renovada, realizándose en 1152 la solemne colocación de las reliquias de San Trófimo en su interior y el cambio oficial de advocación. 
Tiempo después la fachada se decoró con la suntuosa portada del Juicio Final, en cuya composición la figura del santo ocupa un lugar destacado, y se levantó un nuevo claustro decorado con numerosas esculturas del mismo taller que trabajó en la portada. Ya en el siglo XV se levantaría una nueva cabecera gótica en la que convergen las naves románicas. Conviene recordar que Arlés era el punto de partida del ramal de la Ruta Jacobea que partía de Provenza.

La portada del Juicio Final es una de las más bellas creaciones del arte románico europeo, que, como ya se ha dicho, se aleja del expresionismo imperante en el siglo XII en Borgoña y el Languedoc para mostrar una impecable factura, imbuida de una serenidad clásica que se traduce en una belleza majestuosa relacionada con los vestigios romanos. 

En primer lugar hay que destacar que la portada aparece añadida y destacada del muro de la fachada, como ocurre en muchas iglesias lombardas, y que su estructura se inspira en un arco de triunfo romano, posiblemente por influencia del existente en la cercana población de Saint Remy. En su composición son utilizadas columnas despegadas del muro para sustentar grandes frisos, cuyos fustes, incluido el del parteluz, proceden del teatro romano de Arlés, predominando en ellas los capiteles corintios clásicos. De inspiración clásica es también el variado repertorio decorativo que se despliega en arquivoltas, pilastras adosadas, cornisas, molduras que recorren los frisos y bajos de las formas adinteladas.

En su dispar programa iconográfico destaca el tema del Juicio Final, al que se dedica la mitad superior de la portada aludiendo a la Parusía o segunda venida de Cristo para juzgar a vivos y muertos. En el tímpano aparece un Pantocrator con la figura monumental de Cristo en Majestad dentro de una mandorla que evoca la esfera celeste. Está sentado, coronado como rey de reyes, sujetando el libro de la Ley y bendiciendo. Su estilizada figura aparece revestida por una túnica y un manto que forman menudos y abundantes pliegues, incluidos los bordes, que le impregnan de un fuerte clasicismo. 
La fina factura se repite en los símbolos del Tetramorfos que le flanquean, tradicional representación de los cuatro Evangelistas. Esta escena celestial se completa con un juego de arquivoltas decoradas con motivos clásicos y un coro de 34 ángeles que alineados ocupan el intradós del arco que cobija el tímpano, en cuyo centro otros tres ángeles hacen sonar las trompetas apocalípticas.

Completando la composición del tímpano aparecen las figuras de los Doce Apóstoles que, sedentes, portando libros a modo de jueces y con las cabezas ligeramente giradas insinuando una conversación entre ellos, ocupan el dintel colocado sobre la puerta en entrada, creando un ritmo armónico que huye del hieratismo. En los extremos del dintel aparecen dos relieves: uno que representa al patriarca Jacob y otro con el castigo del avaro, que con una bolsa de dinero al cuello sirve de asiento a otro patriarca.

Relacionados con el Juicio Final aparecen a los lados dos grandes frisos que se apean sobre las columnas exentas y siguen una forma escalonada. En la parte izquierda se representa el cortejo de los Elegidos, en el que desfilan mujeres cubiertas con tocas y hombres con amplios mantos, apareciendo al frente del mismo un ángel que entrega sus almas, con forma de niños, a los patriarcas Isaías, Jacob y Abraham, que aparecen sedentes y con las almas en su regazo en el Paraíso, según se deduce de los árboles colocados a sus espaldas.

En el lado opuesto el gran friso representa el impactante cortejo de los Condenados, hombres y mujeres desnudos que amarrados por gruesas cadenas caminan entre llamas, destacando el trabajo minucioso de las cabezas, con las pupilas perforadas. La secuencia se inicia en la jamba, donde un ángel portando un bastón de mando y una espada cierra la puerta del Paraíso a los condenados, que manifiestan su desesperación llevándose las manos a la cabeza. También relacionados con el Juicio Final están dos relieves colocados en el lateral izquierdo, uno que representa el Pecado Original como origen de todos los males y otro con San Miguel pesando las almas, a los que se suma otro en el lateral derecho con El demonio castigando la lujuria

La Anunciación
A partir de la imposta inferior de los frisos cambia el significado de las escenas para mostrar un contenido de carácter terrenal, comenzando por los capiteles que rematan las pilastras estriadas de la puerta y el capitel del parteluz. En éste aparece un bello ángel cuyo relieve bien puede estar inspirado en un sarcófago romano. En el capitel de la parte izquierda se representa El sueño de José y la Anunciación, mientras que en el de la derecha aparecen el Nacimiento y el Bautismo de Cristo.

Estos episodios referidos a la infancia de Cristo tienen continuidad en los frisos que, a un lado y a otro, coronan el cuerpo medio de la fachada. En la derecha se muestra el Anuncio a los pastores con rebaños de ovejas y cabras, El sueño de los Reyes, con los tres Magos compartiendo la misma cama mientras son avisados por un ángel, y La Adoración de los Reyes Magos, con las figuras de los caballos, los Reyes y la Virgen con el Niño bajo arquerías. En el lado opuesto aparecen Los Reyes Magos ante Herodes, igualmente bajo arquerías, la Matanza de los inocentes y la Huída a Egipto.

El Nacimiento
En el frente de la parte izquierda, entre pilastras adosadas decoradas con roleos en relieve, aparecen en disposición frontal las figuras monumentales de San Bartolomé, Santiago el Mayor y San Trófimo, titular de la iglesia, que es coronado por ángeles. El apostolado se acompaña en las jambas sin derrame con las figuras de San Juan y San Pedro. Repitiendo el mismo esquema, en la parte derecha aparecen en las jambas San Pablo y San Andrés y en el frente La lapidación de San Esteban, antigua advocación de la iglesia, junto a Santiago el Menor y San Felipe. Todos ellos ofrecen cabezas personalizadas y la talla de los atributos y vestiduras realizados con una gran finura de inspiración clásica.

En el nivel inferior un conjunto de escenas y animales hacen referencia al inframundo o estado de la humanidad antes de la llegada del mensaje cristiano. En el espacio de las jambas aparecen grandes leones devorando hombres como símbolos de la derrota bajo el pecado y las fuerzas infernales, mientras que en las basas de las columnas se recrean grandes cabezas de leones junto a pasajes bíblicos y mitológicos en los que estos animales también tuvieron protagonismo, como la historia de Hércules y el león de Nemea, Sansón y Dadila y Sansón luchando contra un león, ambos en la parte izquierda, y Daniel entre los leones y el Combate de una cabra y un león en la derecha. 
Detalle de San Juan y San Pedro
A estas escenas simbólicas y moralizantes se suman relieves colocados en los laterales de inspiración mitológica, como Hércules y los Cercopes y Hércules con la piel de toro en el muro izquierdo y Leones con un centauro en el derecho.

Los trabajos escultóricos se completan con los canecillos que sustentando el frontón representan cabezas de animales, figuras humanas y formas vegetales, que, al igual que los capiteles de las columnas y los múltiples motivos florales y geométricos que decoran el alero y toda la portada, presentan un exquisito tratamiento en su ejecución.


Informe y fotografías: J. M. Travieso.


Detalle de San Pablo y San Andrés



NOTAS

1 La identificación con el Trófimo que menciona san Pablo es una de las invenciones características del martirólogio de Adón, según consta  en «Martyrologes Historiques» de Quentin, pp. 303 y 603, y en «Fastes Episcopaux» de Duchesne, vol. I, pp. 253-254.






León devorando a un hombre como símbolo del pecado














Daniel entre los leones como símbolo de la protección divina














Sansón y Dalila y Sansón luchando con el león, símbolo del combate 
contra el mal
























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