7 de diciembre de 2012

Historias de Valladolid: DOLOROSA DE LA VERA CRUZ, una imagen con un triunfo en la manga


     La Dolorosa de la Vera Cruz comparte su devoción popular en la ciudad de Valladolid con la Virgen de las Angustias y Nuestra Señora de San Lorenzo, patrona de la ciudad. Esta trilogía mariana, a la podríamos sumar el fervor suscitado por Nuestra Señora de la Vulnerata, ha generado en torno a sus bondades y beneficios numerosas tradiciones y leyendas que son bien conocidas por los vallisoletanos. Pero no vamos a centrarnos en la repercusión religiosa de su presencia en la ciudad, sino en una serie de acontecimientos fortuitos relacionados con el hecho de tratarse de una pieza escultórica barroca de extraordinaria calidad, admirada desde el mismo momento de su presentación en público por las calles de Valladolid el 27 de marzo de 1625.

     La imagen que conocemos como Nuestra Señora de los Dolores de la Vera Cruz es obra de Gregorio Fernández, "la gubia del Barroco", que se entregó en cuerpo y alma durante varios meses de 1624, en su taller de la calle del Sacramento (actual Paulina Harriet), para convertir seleccionados tablones de madera en una teatral y monumental escena del Descendimiento, siguiendo el modelo que como boceto había anticipado en cera ante el Cabildo de la Cofradía de la Santa Vera Cruz. Sin pausas posibles, durante aquellos días, fue dando forma a cada una de las siete figuras a las que se había comprometido el 16 de junio de 1623 ante Juan Jimeno y Francisco Ruiz, alcaldes de la Cofradía.

     Como en tantas ocasiones durante su vida laboral, la creación de Gregorio Fernández superó todas las expectativas, consiguiendo arrinconar la vieja escena del Descendimiento elaborada en papelón y despertar la admiración popular entre la muchedumbre, que en aquellos tiempos vivía la religiosidad como un fenómeno de masas. Pronto los vallisoletanos se referirían al nuevo paso procesional como "el paso Grande de la Cruz", grande en su tamaño y composición, y grande en su ejecución técnica y artística, una escena dotada de una taumaturgia sin precedentes por las calles de Valladolid cuando era portada por más de 60 costaleros, un logro de la plástica barroca que constituyó un auténtico acontecimiento ciudadano.

     Sin embargo el escultor, a pesar del goce estético y religioso que producían aquellas tallas policromadas entre los fervorosos ciudadanos, no tuvo su compensación pecuniaria, pues, a pesar de consolidar su prestigio como gran maestro, la Cofradía de la Vera Cruz no cumplió los pagos comprometidos, de modo que el artista hubo de recurrir ante el teniente de corregidor de la ciudad, es decir, ante la justicia ordinaria, para que le fuera abonado el importe de la tasación acordada, a pesar de lo cual no llegó a cobrar la totalidad de aquel trabajo en vida.

     Una de las figuras que integraban la escena del Descendimiento, coprotagonista con el Cristo recién desclavado, era esta imagen de la Dolorosa, que aparece derrumbada a los pies de la cruz pero con fuerzas para levantar los brazos reclamando el cuerpo torturado de su joven Hijo. Si formalmente no puede concebirse una imagen más auténtica del dolor y el desamparo, técnicamente impresiona el grado de maestría con que el escultor no sólo ensambla las piezas para incorporar ojos de cristal y dientes de hueso, sino el ahuecamiento interior de los volúmenes para evitar la formación de grietas y reducir el peso de las figuras.

     A pesar de todo, el peso de la composición del Descendimiento ronda las tres toneladas y media, por lo que su manipulación a hombros de los cofrades no era tarea fácil, sumando, no obstante, los esfuerzos de los costaleros durante más de una centuria desde su aparición. Según narra Ventura Pérez en su Diario de Valladolid, al intentar introducir el paso del Descendimiento en su iglesia penitencial el Jueves Santo de 1741 uno de los costaleros quedó aprisionado y "casi reventado", teniendo que ser asistido en el Hospital General. Este incidente provocaría dos consecuencias: el que el paso recibiese el apodo popular de "El Reventón" y que en los años sucesivos no se presentase el suficiente número de costaleros para poder transportarlo, quedando sin desfilar, por este motivo, durante algunos años de mediados del siglo XVIII.

     A estos inconvenientes se vino a sumar el que por aquel tiempo se produjese una cierta decadencia de los desfiles procesionales al hilo de la expansión de las ideas de la Ilustración, motivando a que la Cofradía de la Vera Cruz decidiera separar la imagen de la Virgen del paso y comenzar su culto independiente como Nuestra Señora de los Dolores de la Vera Cruz, convirtiéndola en imagen titular de la Cofradía. De modo que desde 1757 tan preciada escultura comenzó a cerrar las procesiones organizadas por la penitencial, encontrando acomodo definitivo durante el resto del año en la hornacina central del monumental retablo barroco que preside la iglesia de la Vera Cruz, ocupada hasta entonces por el Cristo del Humilladero, talla del siglo XVI traída de la ermita del Campo Grande, desde el momento de la inauguración del nuevo templo penitencial en 1681. El vacío del paso del Descendimiento sería llenado por una copia del modelo de Fernández realizada ese mismo año de 1757 por el escultor Pedro Sedano.

     La talla, fuera de contexto y dada su fuerza dramática, comenzó a adquirir nuevos valores expresivos y un significado similar al de la titular de la Cofradía de las Angustias, obra cumbre de Juan de Juni. Por este motivo, comenzaron los agasajos piadosos con ánimo de realzar la imagen, a la que se incorporó una corona de tipo resplandor y una espada de plata atravesándole el pecho como rememoración de la fatídica profecía de Simeón. Años más tarde, en 1802, en el espacio que ocupaba a su espalda el Cristo del Humilladero, la imagen de la Virgen se acompañó en el camarín de una cruz de madera con el rótulo del Inri, cantoneras y ráfagas en plata, configurando la plástica tradicional de Stabat Mater. Allí, presidiendo el retablo mayor, a pocos metros de la reliquia del Lignum Crucis, la Dolorosa de la Vera Cruz viene siendo venerada por los vallisoletanos desde hace más de doscientos cincuenta años, convertida en un icono devocional de la ciudad.

    Su presencia ha despertado desde siempre fervorosos elogios, tanto de estudiosos e historiadores locales como foráneos y extranjeros, siempre movidos por el apasionamiento. Si Isidoro Bosarte declara en 1804 en su Viaje artístico a varios pueblos de España que "...por lo que hace a la hermosura de la cabeza, si los ángeles del cielo no bajan a hacerla más bella, de mano de hombres no hay más que esperar", Marcel-Auguste Dieulafoy en su obra La statuaire polychrome en Espagne equipara tanto a esta Dolorosa de Gregorio Fernández como a la Virgen de las Angustias de Juan de Juni con las obras de Antenor y Fidias, refiriendo a la Virgen de la Vera Cruz como "la obra maestra de la estatuaria policromada". En el siglo XX fue Esteban García Chico quien la consideraba como la mejor de cuantas imágenes de la Virgen hiciera Gregorio Fernández.

     Estos encendidos elogios no hacen sino mostrar la admiración que despierta la imagen, sean o no devotos quienes la contemplan. Por eso no es de extrañar que la Cofradía de la Vera Cruz, con el ánimo de preservar la obra maestra en las mejores condiciones posibles, acometiera en 1985 una restauración integral para eliminar todo tipo de riesgos y recuperar la policromía original. Los trabajos fueron realizados por el restaurador Mariano Nieto, cofrade de la Vera Cruz, que aprovechó la ocasión para realizar una copia fiel, por el sacado de puntos, para ser incorporada en el paso homólogo de Medina de Rioseco.

UNA SORPRESA DURANTE LA RESTAURACIÓN

     En esta intervención se repararon los desperfectos producidos por la vaina insertada en el pecho para sujetar el filo de la espada, consecuencia de las vibraciones, elemento eliminado desde entonces durante los desfiles y sólo visible cuando ocupa el camarín de forma estática. Pero la Dolorosa de la Vera Cruz tenía reservada una sorpresa que testimonia la devoción que ha despertado a través del tiempo: en el brazo derecho de la talla, en el interior de la manga ahuecada, apareció un fragmento de periódico enrollado sobre el que aparece manuscrita una petición fechada el 5 de marzo de 1896. Se trata de ruegos que, a modo de oración suplicante, fueron escritos por Antonio Álvarez Mateo y Juan Rodríguez Carretero, dos soldados que a su regreso de la Guerra de Cuba, en pleno apogeo en ese momento, solicitaban la protección de la Virgen para sus compañeros.

     El curioso documento, que se conserva enmarcado en la sede de la Cofradía de la Vera Cruz, presenta una gran ilustración con un episodio de la Guerra de Cuba bajo el epígrafe "La Campaña de Cuba y actualidades", donde aparecen las tropas españolas bajo el mando del coronel don Julián Suárez Inclán, cuyo retrato también se incluye. En la parte inferior figuran una serie de retratos de milicianos, una fotografía del puente de Bailén, en la ciudad cubana de Matanzas, y una escena "tomada del periódico El Pueblo de la Habana" que representa la celebración de una procesión en la que participan soldados españoles (ilustraciones 5 y 6).

     Con este inesperado episodio anecdótico, propio de las obras maestras del arte, la imagen de la Dolorosa de la Vera Cruz logró sorprender a todos no sólo por esconder un triunfo en la manga, sino por permitir apreciar tras la restauración la virtuosa morbidez lograda por Gregorio Fernández a partir de unas sencillas maderas, tanto en los elementos estructurales que permanecen ocultos, como en el exterior visible de la conmovedora imagen, aquella que como joya de la escultura barroca española sigue cautivando a todos quienes la contemplan.

Informe: J. M. Travieso.

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