26 de octubre de 2012

Visita virtual: TÍMPANO DE SAINTE FOY DE CONQUES, una amenaza catequética labrada en piedra


EL JUICIO FINAL, TÍMPANO DE LA ABADÍA DE SANTA FE
Autor anónimo
Principios siglo XII
Piedra policromada
Abadía de Sainte Foy, Conques (Francia)
Escultura románica


     Uno de los centros de mayor creatividad escultórica de Europa en el siglo XII se localiza en la ciudad francesa de Conques, donde en el periodo carolingio un escultor desconocido plasmó con maestría y habilidad un fantástico tímpano que con el habitual tema del Juicio Final preside la portada de la iglesia abacial dedicada a santa Fe, una joven nacida en la ciudad de Agen que fue martirizada el año 303, durante el gobierno de Daciano.

     Cuenta la leyenda que sus restos fueron robados de Agen y llevados a Conques en el año 866 por el monje Arosnide para preservarlos de las invasiones normandas, después de permanecer en Agen diez años para no despertar sospechas en la comunidad sobre su interés por las reliquias. Lo cierto es que la abadía de Conques adquirió desde el año 884 mucha fama milagrera y celebridad, atrayendo a multitudes de peregrinos el culto extendido sobre la joven mártir, símbolo galo de la defensa de la fe cristiana.

     Hoy la iglesia abacial que fuera fundada por el abad Dadon, bajo la protección de Carlomagno, es un reclamo turístico tanto por su célebre tímpano esculpido como por el Tesoro que alberga, con destacadas obras de época carolingia.
     La construcción del complejo abacial fue iniciado por el abad Oldoric entre 1041 y 1052, aunque las obras fueron muy lentas por falta de medios, de modo que la nave de la iglesia, en puro estilo románico, no fue levantada hasta principios del siglo XII.

     La iglesia presenta una planta en forma de cruz latina, con la peculiaridad de tener el transepto más largo que la nave para adaptarlo a la pendiente del terreno, dotada en la cabecera de un deambulatorio, propio de los templos de peregrinación, y una serie de capillas radiales, estructura después convertida en modelo para otras iglesias románicas de Auvernia. Sin embargo, lo que desde siempre viene causando admiración es el trabajo escultórico de su portada occidental, especialmente el tímpano cobijado bajo un arco de medio punto que se adelanta a la fachada y cuya fina factura destaca entre el rústico trabajo de la piedra y las dos torres rematadas en el siglo XIX.

ELEMENTOS ICONOGRÁFICOS DEL JUICIO FINAL DE SANTA FE DE CONQUES

     A mediados del siglo XII, un desconocido escultor plasmaba en imágenes de fácil comprensión y exquisita originalidad el tema del Juicio Final, un asunto muy recurrente por la Iglesia del momento, que prácticamente lo aplicaba con intenciones atemorizadoras y catequéticas en todas las portadas de los templos más importantes, incluidas las catedrales. Lo que sorprende en este caso es la interpretación de tan manido tema con tanta originalidad, realizado con tan grandes dimensiones y esculpido con tanto esmero, conformando un impactante repertorio que con sus figuras policromadas sin duda debían sorprender a todos los peregrinos.

     El tímpano, que se ajusta a la descripción del Juicio Final referida en el evangelio de San Mateo, está dividido genéricamente por tres niveles superpuestos perfectamente delimitados por pronunciadas cornisas que están recorridas por inscripciones. En ellos se distribuyen de forma ingeniosa hasta ciento veinticuatro personajes que guardan una diferente escala según su importancia en el relato, una costumbre generalizada en la escultura románica del momento.

     En la composición destaca la figura central de Cristo en Majestad (Maiestas Domini) dentro de una mandorla que simula con nubes un espacio celeste. En este caso Cristo no aparece como un juez severo, portando desafiante el libro de la Ley, sino indicando al peregrino el camino de salvación con la derecha, levantada hacia el signo de la cruz que portan dos ángeles en el registro superior, mientras que con su mano derecha hacia abajo hace al ademán de apartar a los malditos. Su majestad queda realzada tanto por el acompañamiento de dos ángeles con candelabros en la base, alusión a la luz que representa Cristo, y otros dos con cartelas en la parte superior, como por su fina policromía, hoy deficiente por el paso del tiempo.

     La figura mayestática de Cristo se entrelaza ingeniosamente con los ángeles que por encima portan la cruz a la vez que sujetan en sus manos un clavo y la punta de la lanza que atravesó su costado, símbolos alusivos a la Pasión que están acompañados a los lados por medallones en los que se personifican de forma simbólica el Sol y la Luna, que vienen a representar el día y la noche, la nueva ley y la ley hebraica, en definitiva, la Iglesia y la Sinagoga.

     A los lados de esta escena de glorificación se expande todo el repertorio referido a los efectos del sumarísimo juicio. En la parte superior y a cada lado, los ángeles tocando trompas anuncian el comienzo de tan temeroso trance, el momento en que comienza la resurrección de la carne y cada cual tiene que enfrentarse a su juicio personal, escena representada con gran detallismo sobre los tejadillos del registro inferior, donde en el centro, bajo los pies de Cristo, aparece el arcángel San Miguel pesando las virtudes y los pecados de las almas frente a la burlona figura de Satanás que, con sonrisa sarcástica y empujando con el dedo la balanza, intenta hacer trampas para quedarse con un alma.

     En uno de los lados aparecen ángeles rescatando de la sepultura a varios santos y en la parte más a la izquierda del espectador la figura postrada de santa Fe, patrona de la iglesia, que es acogida por la mano de Dios mientras aparece situada junto a un pequeño claustro en el que son visibles un altar, una silla y unos grilletes, símbolo de los condenados por ella liberados. Al lado contrario, algunos personajes depravados son castigados con curiosos suplicios por demonios fantásticos. La dificultad para interpretar las claves de estas penas, en su momento fáciles de entender por todos los fieles, hace especular que se trate del castigo aplicado a músicos y cantantes y el castigo de un posible cazador furtivo, que es transportado a las llamas por dos diablos como una pieza de caza.

     El resto de la superficie esculpida hace referencia explícita a la Gloria y el Infierno a través de espacios perfectamente delimitados en los que los personajes, contrastando el orden y el caos en sus gestos, aparecen bien definidos como elegidos o condenados, como una alegoría del bien contra el mal.

EL PARAÍSO

     La secuencia comienza con la figura de San Miguel pesando los pecados y un ángel, a la izquierda del tabique central, abriendo la puerta del Paraíso a los elegidos y conduciéndoles de la mano al interior de un edificio con seis arquerías y lámparas colgantes que representa la gloria como la Nueva Jerusalén, según aparece citada en el evangelio de San Lucas. Bajo la arquería central aparece Abraham acogiendo en su seno a dos jóvenes santos, mientras que a los lados se colocan por parejas profetas, apóstoles y santas, dos de ellas portando tarros de ungüentos. Su identificación es difícil, especulándose que puedan representar a María Magdalena, de culto muy extendido en Francia, las vírgenes prudentes, San Pablo, el apóstol que porta una espada, etc.

     El Paraíso se continua en el registro central, a la izquierda del espectador, donde los elegidos, en ordenado desfile, se dirigen hacia Cristo. En el extremo izquierdo los santos son guiados por un ángel, apuntándose como Santiago el que camina apoyado en un bordón y a su lado el monje Arosnide, el que robara las reliquias de santa Fe en Agen y las trajera a este lugar. Delante de ellos, el abad Dadom, fundador de la abadía, porta un báculo y conduce de la mano al emperador Carlomagno, su benefactor, caracterizado con corona y cetro, ambos acompañados de un séquito de cuatro personajes.

     En un espacio privilegiado aparece la Virgen en su papel de intercesora ante Cristo. Junto a ella San Pedro, portando un báculo y una llave de gran tamaño, y un abad no identificado, posiblemente Oldoric, promotor de las obras cuando se labra el tímpano. Sobre ellos cuatro ángeles sujetando cartelas con referencias a las tres virtudes teologales, fe, esperanza y caridad, y una alusión a la humildad, vías infalibles para merecer la Gloria.

EL INFIERNO O TARTARO

     Siguiendo la característica ley de simetría en la composición románica, a la derecha las escenas del Infierno se contraponen al Paraíso. Es en este repertorio demoniaco y en los castigos infringidos a los condenados donde el escultor crea escenas realmente originales e impactantes. La secuencia comienza igualmente en el centro, bajo la figura de San Miguel, con demonios que introducen a palos a los condenados en las fauces de un enorme monstruo colocado en la puerta del Infierno.

     A su derecha, en un espacio caótico presidido por la figura central de Satanás, al que un diablo cuchichea en la oreja mientras sujeta una serpiente entre sus genitales y pisotea a un hombre barbado. A su lado aparece el castigo de los siete pecados capitales, como la soberbia a la izquierda, representada por un caballero desmontado a golpes de su caballo; a su lado la lujuria, con una mujer adúltera con los pechos al aire y el cuello amarrado al de su amante; la avaricia, con un ahorcado con la bolsa de dinero al cuello; la envidia, con un calumniador al que cortan la lengua; la ira, con un personaje al que un diablo hace burla golpeando su cabeza; la pereza, representada por un hombre acostado al que otro diablo sume entre las llamas; en el extremo derecho la gula, con un goloso empujado sobre la olla. Sobre el dintel una frase amenazadora: "Pecadores, si no cambiáis vuestras costumbres, sabed que sufriréis un juicio temible".

     Los suplicios continúan en el registro intermedio, donde dos ángeles armados impiden a los condenados escapar del Infierno, uno portando un escudo y una espada y otro una lanza estandarte. Junto a ellos, otros dos ángeles orientados a Cristo, uno portando el Libro de la Vida y otro agitando un incensario. Más a la derecha, escenas terroríficas a dos niveles; arriba un abad aferrado a su báculo es devorado por un monstruo y unos monjes son atrapados con una red por otro demonio; a su derecha es pisoteado un hereje que porta un libro; junto a él un falsificador de moneda es tirado de la barba. Más abajo aparece un rey desnudo atrapado por un diablo que burlonamente se arrodilla ante él; a su lado son humillados dos monjes indignos; en el extremo dos diablos burlones cuelgan por los pies a los borrachos, como si quisieran vaciarlos.

     Afortunadamente todo este repertorio, obra maestra de la escultura románica, en la que el escultor se esfuerza por personalizar a cada personaje, aunque trabaje sobre la base de estereotipos faciales, se conserva completo y en muy buenas condiciones, a pesar de que a finales del siglo XIV fuera trasladado desde su ubicación original y colocado bajo un gablete con función de pórtico. Su reciente restauración permite apreciar con nitidez los valores compositivos, después extendidos a través de las rutas de peregrinación.

Informe: J. M. Travieso.
Fotografías: Santiago García Vegas.

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