28 de enero de 2011

Theatrum: SAN SEBASTIÁN, la languidez sufriente de un adolescente










SAN SEBASTIÁN
Alonso Berruguete (Paredes de Nava, Palencia 1488 - Toledo 1561)
1527-1532
Madera policromada
Museo Nacional Colegio de San Gregorio, Valladolid
Escultura española del Renacimiento. Manierismo






     Esta escultura, una de las más bellas del arte español del siglo XVI, se ha convertido en un verdadero icono que resume todas las características de la plástica renacentista manierista en Castilla. Está concebida y ejecutada con enorme delicadeza, presentando al santo como un adolescente desnudo, amarrado al tronco de un árbol en el momento que sufre el martirio de ser asaetado, siguiendo una iconografía tradicional desde el Renacimiento.

     Fue realizada por Alonso Berruguete en su taller de Valladolid, abierto tras su regreso de un periodo de aprendizaje en Italia, y formaba parte de un conjunto de 32 imágenes de bulto redondo y tamaño inferior al natural, destinadas a ser colocadas en las hornacinas del retablo que el escultor concertara el 27 de marzo de 1527 con el convento de San Benito el Real de Valladolid, por el que se comprometía a realizar toda la imaginería en madera de nogal y cuatro composiciones pictóricas. Para el mismo entregaría una surtida colección de obras maestras, de estética radicalmente manierista, entre las que se encontraba esta afortunada figura de San Sebastián.

     La presencia de San Sebastián fue reiterativa en los retablos renacentistas, aunque en este caso su iconografía se aparta de la tradición medieval para adoptar una imagen procedente del Renacimiento italiano en que es presentado como un joven imberbe cuyo martirio es utilizado como pretexto para mostrar la belleza anatómica del desnudo. Hasta el siglo XV este santo, cuya representación más antigua data del siglo V y aparece localizada en la cripta de santa Cecilia, en las catacumbas de san Calixto de Roma, era representado como un hombre maduro y barbado, siendo durante la Edad Media uno de los santos más representados en el arte cristiano, convertido en un nuevo Apolo para mostrar su primer martirio, del que logró recuperarse, atado a un árbol y erizado de flechas que se convirtieron en su atributo. Por este motivo fue nombrado patrón de arqueros y ballesteros, pero también de los tapiceros, por recordar las flechas las agujas de tapicería, y de los herreros, por la confección de puntas para flechas.

     Curiosamente, durante la Edad Media también se extendió una iconografía surgida en la escuela española, en la que suele aparecer vestido y caracterizado como un doncel equipado para la caza, portando un arco y las imprescindibles flechas.

     Su reiterada advocación se debe a ser considerado por la Iglesia como protector de la peste y los apestados, después de que, según menciona Pablo Diácono, cesara una peste padecida en Roma en 680 tras ser invocada su intercesión, milagro por el que fue nombrado patrono de Roma, junto a San Pedro y San Pablo, siendo trasladadas sus reliquias desde las catacumbas que llevan su nombre hasta la iglesia de San Pietro in Vincoli. En este sentido, compartió en la cristiandad su función de protector de la salud junto a san Roque y san Antón, convirtiéndose a su vez en patrono de numerosas poblaciones.

     La versión creada por Alonso Berruguete remite a sus experiencias en Italia, sobre todo al grupo helenístico del Laocoonte, en cuyo concurso de recomposición participó después de su descubrimiento en Roma en 1506 en las ruinas del palacio del emperador Tito, y al diseño de la serie de esclavos realizados por Miguel Ángel para el sepulcro de Julio II.

     El santo muestra un cuerpo joven, con una anatomía muy depurada que casi parece resbalar por el tronco en que se apoya tras recibir las heridas, con un rostro sufriente y melancólico que insinúa un gesto de dolor contenido. Curiosamente la elegancia de la figura viene dada por su inestabilidad y la disposición helicoidal del cuerpo, que sigue una marcada línea serpentinata típicamente manierista, evidente de pies a cabeza, participando también de esa sinuosidad el trazado del tronco, de tal modo que el lógico retorcimiento provocado por el dolor se torna en un elegante ademán próximo a la danza, con una pretendida inestabilidad producida al descansar el cuerpo sobre el árbol y apoyar a duras penas los dedos de los pies.

     La obra resume el afán de Berruguete por dotar a las figuras de movimiento, consiguiendo en este caso impregnar al santo el aspecto de un Apolo adolescente con un cuerpo sensitivo y táctil que cambia su gesto según el ángulo de vista. Refuerza la calidad de la obra su excelente policromía, destacando las carnaciones aplicadas que contrastan con el tronco completamente dorado, con detalles preciosistas como el enrojecimiento de los ojos, efecto remarcado tras su reciente limpieza, que retrata un joven lloroso de pánico, o los brillos dorados del cabello, que configuran rizos rubios que llegan a sugerir una aureola. Todos estos detalles y la estilización anatómica dotan a la imagen de una enorme belleza y vida interior que provocan en el espectador ternura y compasión.

     La talla de San Sebastián se expone en una de las salas dedicadas al retablo de San Benito el Real del Museo Nacional Colegio de San Gregorio de Valladolid, pero no inserta en una hornacina del recompuesto retablo, donde originariamente se ubicaba en el segundo cuerpo, sino sobre una peana independiente que realza sus valores plásticos al permitir su contemplación desde todos los ángulos y con una proximidad que permite captar los sutiles detalles.

HAGIOGRAFÍA DE SAN SEBASTIÁN

     San Sebastián nació en la población de Narbona, perteneciente a las Galias, el año 263. Según San Ambrosio se crió y educó en Milán, siendo apreciado por los emperadores Diocleciano y Maximiano. Más tarde llegó a ser nombrado jefe de la cohorte de la guardia pretoriana de Roma.

     Aunque cumplía con la disciplina militar, se convirtió al cristianismo y no participaba en los sacrificios a los ídolos paganos, ejerciendo el proselitismo entre sus compañeros y alentando a los cristianos encarcelados durante las persecuciones de Diocleciano. Dos de sus compañeros, los hermanos gemelos Marco y Marcelino, fueron arrestados y se les concedió un plazo de treinta días para renegar de su fe. Enterado Sebastián del trance de sus amigos, les dio palabras de ánimo para permanecer firmes en sus creencias cristianas, consiguiendo al tiempo la conversión de su carcelero Nicóstrato y de su mujer Zoé, a la que curó de la garganta.

     Cromasto, prefecto de Roma, mandó llamar a Sebastián para que le curase de una enfermedad, ya que se le atribuían poderes, que le previno que se curaría si destruía todos los ídolos que había en el palacio, condición que fue aceptada por el prefecto. Diocleciano fue informado de estos hechos y de la condición cristiana de Sebastián, por lo que ordenó su detención y le condenó a muerte, siendo detenido cuando procedía a enterrar a cuatro mártires conocidos como los “Cuatro Santos Coronados”.

     Conducido ante el empredor se reafirmó en su fe, por lo que fue condenado a morir atado a un árbol del campo de Marte y acribillado por flechas lanzadas por sus propios compañeros, que fueron clavadas en puntos no vitales para alargar su muerte mientras se desangraba. Dado por muerto por los soldados, fue abandonado en el campo, pero por la noche un grupo de compañeros cristianos le recogió y le trasladó a casa de Irene, una noble romana, viuda y cristiana, que consiguió curarle de sus heridas.

     Ya restablecido, corría el año 304, no huyó de Roma, sino que se presentó de nuevo ante el emperador para reprocharle su trato a los cristianos. Desconcertado el emperador al verlo vivo, ordenó de nuevo su detención y le condenó a ser apaleado en el circo hasta ser confirmada su muerte. Ejecutado el martirio, su cuerpo fue arrojado a la cloaca Máxima, pero el santo reveló en sueños su localización a Santa Lucila, siendo su cuerpo de nuevo recogido por cristianos y enterrado en una catacumba de la Vía Apia, que desde entonces tomó su nombre, justamente el mismo lugar donde habían sido depositados los restos de los apóstoles San Pedro y San Pablo. Este hecho fue recogido en la Depositio Martyrum, registro del enterramiento de mártires de la Iglesia Romana.

     Su culto aparece recogido en el Calendario de Cartago, en el Sacramentario Gelasiano y en el Santoral Gregoriano. Asimismo, por su defensa de la fe, el papa Cayo le otorgó en el siglo III el título de Defensor de la Iglesia.

Informe: J. M. Travieso.
Fotografías: Jordán y J. M. Travieso.

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