19 de septiembre de 2009

La primera noche en el nuevo Museo Nacional Colegio de San Gregorio


Habían sido muchos años sin sentir la presencia de tantos visitantes alrededor. Durante el 18 de septiembre, primer día de puertas abiertas, estuvieron desfilado por las salas remozadas del museo un sin fin de curiosos deseosos de conocer las nuevas instalaciones. Todos hacían sus comentarios pensando que nadie les oía, pero, como es sabido, las obras de los museos, sobre todo aquellas de las que se dice que tienen “vida interior”, escuchan atentas y durante la soledad de la noche se reúnen y comentan.

Sí, había sido un día muy ajetreado para lo que es costumbre. En medios de comunicación locales como El Norte de Castilla, El Día de Valladolid y Diario de Valladolid (El Mundo) habían proliferado los artículos en los que la institución recibía flores e incienso. En los medios locales, porque en algunos nacionales, como en el diario El País, ni una sola referencia a la inauguración ministerial del museo del día anterior, y eso que tiene la etiqueta de “nacional”.

Rememorando una costumbre paralizada durante más de once años, a medianoche buena parte de las esculturas se reunieron en el Patio de Escuelas. Muchas estaban despistadas. Unas porque el itinerario a recorrer había cambiado y no sabían usar los nuevos ascensores, otras porque siendo nuevas adquisiciones se movían como novatos sin conocer las costumbres. Las pinturas tardaron algo más en bajar, pues desprenderse del marco lleva su tiempo. Eso sí, todos aparecían ufanos y relucientes, predominando en la reunión el brillo del oro.


En el centro del patio se colocaron las efigies de bronce que hiciera Pompeo Leoni del Duque de Lerma y su esposa Catalina de la Cerda, que desde la capilla fueron los primeros en llegar. La engolada voz de duque no se hizo esperar.

-Como habéis comprobado, la política sigue teniendo sus contradicciones –sentenció sonriente mientras levantaba sus manos entre crujidos metálicos-. El Ministerio de Cultura se cargó la conocida denominación de Museo Nacional de Escultura y lo primero que dice la ministra en la inauguración es que el museo es “el Prado de la escultura”.

-Totalmente incoherente –susurró doña Catalina mientras movía las niñas de los ojos en todas las direcciones-. Encima el nuevo logo sólo especifica Museo San Gregorio, ¡que despropósito para los que tanto nos gusta la heráldica!

Caminando con achaques y dando golpes en el suelo con su báculo, tomó la palabra San Benito, al tiempo que cubría completamente su cabeza con la capucha del hábito porque la noche ya era fresca.

-Tengo que decir que en las salas de Berruguete todo han sido elogios –dijo sonriente-. Ha sido un acierto la reconstrucción parcial de mi retablo, aunque es muy curiosa la reacción de extrañeza al encontrar al Cristo del Calvario sin aquellas barbas postizas. Algunos no le reconocen.

- No, no todo han sido elogios –balbuceó con sus ojos llorosos y enrojecidos San Sebastián-. Yo estoy acostumbrado a tener protagonismo en la sala y me han colocado como uno más, en un lugar de paso al lado de una puerta. Nadie diría que soy una de las esculturas emblemáticas del museo y un referente internacional de la escultura manierista del Renacimiento.

-En eso tienes razón –intercedió el Niño Jesús encaramado en el hombro de San Cristóbal.

-Al menos a ti te han iluminado, porque nosotros, sumidos en la total oscuridad, pasamos totalmente desapercibidos, -afirmaron desairados Salomé, San Juan Bautista y su verdugo desde el relieve de Diego de Siloé en la sillería de San Benito-. Tenemos al lado dos modernas instalaciones informáticas y para nosotros ni un triste halógeno.

-No os quejéis por tan poca cosa, que peor ha sido lo nuestro –afirmó con voz cansada San José apoyado en su cayado desde el célebre tondo de madera natural-. Toda la vida hemos estado orgullosos en la familia de haber salido del taller burgalés de Diego de Siloé y ahora resulta que nuestro verdadero padre es el francés Gabriel Joly, aquel que trabajó en Aragón. Todo un drama. Yo, que soy padre putativo, sé bien de lo que hablo.


En ese momento irrumpió en el patio el San Francisco de Francisco Giralte. Iba acompañado de la Magdalena de Pedro de Mena y caminaban pausadamente, pues el vestido de estera de palma de la mujer le obligaba a dar pasos cortos.

-Yo no me puedo quejar –dijo ella-. Estoy muy satisfecha con mi sala y mi peana. Aunque me veáis siempre con el semblante algo triste en realidad estoy muy contenta, no quiero ni acordarme del tiempo que estuve retenida en el Prado.

- Es verdad, has tenido suerte –respondió el fraile mientras se colocaban a su alrededor varios relieves romanistas de virtudes-. Os tengo que confesar que estoy un poco aturdido con los comentarios de algunos visitantes. Muchos de ellos afirman no comprender el por qué si se ha ampliado el espacio en un 30% no se aprecia que haya un mayor número de obras expuestas que en el antiguo museo. Es más, preguntan el motivo por el que algunas obras emblemáticas de la colección de pintura no aparecen colgadas. Es el caso, entre otras, de la “Crucifixión” de Alonso Berruguete, del “San Diego” de Vicente Carducho, de la imponente “Inmaculada” de Bosschaert, del “Demócrito y Heráclito” de Rubens, lienzo que el gran maestro pintara en Valladolid, o del "Bodegón" de Luis Meléndez.

Todas las figuras se intercambiaban miradas y algunos encogían los hombros en un gesto de no entender nada. Desde un rincón del patio el San Pedro de Gregorio Fernández levantó la mano y con carraspera en la voz tomó la palabra.


-Es cierto, hay mucha gente que pregunta por las ausencias, en mi sala no se habla de otra cosa respecto a Gregorio Fernández -manifestó con contundencia al tiempo que se acariciaba la barba-. No me importa que en mi peana no hayan colocado la cruz y las llaves que como atributos he tenido siempre, tal y como fui presentado en el Palacio Villena después de mi limpieza, sin embargo no puedo entender el motivo que impide que nos acompañen el relieve del Salvador y la Santa Escolástica del maestro Gregorio.

- Eso, eso –jalearon las cuatro virtudes fernandinas mientras miraban con recelo a los retablos relicario colocados en su sala.

-Es más, preguntan a dónde ha ido a parar el gran relieve de la Imposición del Escapulario a San Simón Stock y la figura de San Bruno, compañeros nuestros durante tanto tiempo en el antiguo museo.


Se hizo un silencio absoluto y un escalofrío recorrió los cuerpos de los más débiles. En ese momento un diablo de color rojo, que ha encontrado acomodo en una vitrina y en un lugar privilegiado, esbozaba una sonrisa sardónica. Con delicados movimientos y una voz dulce y pausada irrumpió la Santa Teresa de Gregorio Fernández intentando dar ánimos a todos.


-No os preocupéis, seguro que todo se resolverá. Mirad, por lo que a mí respecta os diré que me han colocado prácticamente en el suelo, sobre una peana muy baja. Con mis ojos puedo comprobar lo alto que queda el techo y estoy obsesionada en que no voy a poder recibir la inspiración, pues el maestro Gregorio me concibió con otro punto de vista, con una elevación de espíritu que ahora se me hace imposible. Pero debemos ser positivos, así estoy más cerca de la gente, algo que siempre me ha gustado.

-Señor, señor –balbuceó de forma entrecortada el busto de Santa Ana de Juan de Juni-. Una que ya tiene su edad, que pasó sus calamidades en la época de Mendizábal, sabe lo inciertos que son los tiempos y cómo cambian los gustos y los intereses. La apertura de este museo es la segunda fase del proyecto y seguramente ya no conozca la ampliación en la Casa del Sol y San Benito el Viejo. Siento pena, porque también escuché los comentarios de los visitantes que echan en falta las obras de pequeño formato y aquellas de carácter más popular. Y del Calvario de Ciudad Rodrigo mejor será que no contemos lo que escuchamos.

En ese momento la Dolorosa mirobriguense apretó con fuerza el manto y el gesto de su cara se hizo más patético. En un movimiento rápido, la Santa Eulalia de Luis Salvador Carmona se acercó y le besó. La pintura sobre tabla de San Luis de Tolosa se acomodó la capa pluvial, enderezó el báculo y dando golpes en el suelo intentó atraer la atención de todos.


-Mirad, intentando ser objetivos hay que reconocer la verdad –voceó recordando sus predicaciones desde el púlpito-. Y la verdad es que es cierto que los visitantes del nuevo museo sienten la ausencia de muchas obras cuando las expectativas eran justo lo contrario. A pesar de la ampliación, se ha perdido la posibilidad de contemplar en la colección permanente todos los pasos procesionales, tan sólo reducidos a tres, el Belén napolitano sólo será accesible en temporadas, posiblemente restringido a la Navidad, del belén Pérez de Olaguer y de la colección "Toros y toreros" nada se sabe y la importante colección de pintura sigue oculta en los almacenes.

Así prosiguieron toda la noche hasta que comenzó a clarear. La primera noche, que muchos habían imaginado como una gran fiesta, se había tornado en melancolía generalizada. Al regresar a las salas, el Cirineo, cabizbajo y con el ceño fruncido, caminaba musitando entre dientes.

- Ausencias, demasiadas ausencias-. Subió al paso y continuó aguantando su cruz.


Ilustraciones: 1 Reconstrucción Sibilas del retablo de San Benito. 2 Duque de Lerma de Pompeo Leoni. 3 Detalle San Francisco de Francisco Giralte. 4 Detalle San Pedro de Gregorio Fernández. 5 Detalle Santa Teresa de Gregorio Fernández. 6 Detalle Dolorosa del Calvario de Ciudad Rodrigo, de Juan de Juni. 7 Detalle del Cirineo de Gregorio Fernández.

Relato y fotografías: J. M. Travieso
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