2 de junio de 2009

Historias de Valladolid: LA CIUDAD EN LLAMAS, 21 de septiembre de 1561


     El día de San Mateo de 1561, fueron muchos los vallisoletanos que perdieron su casa y su fortuna. La causa fue un incendio que convirtió en cenizas buena parte del centro urbano de entonces, concretamente toda la calle Platerías, Plaza del Ochavo, Plaza Mayor y buena parte de Cebadería y Fuente Dorada, calles y plazas que en aquel tiempo ostentaban distinto trazado y denominación.

     El fuego comenzó a las 2 de la madrugada de aquel funesto domingo en casa del platero Juan de Granada, que tenía su taller en la calle de la Costanilla (actual Platerías), próxima a la esquina con Cantarranas. Lo que pudo ser uno de tantos incendios ocasionales, en aquellas viviendas en cuya construcción predominaba la madera, fue reavivado por un fuerte viento que empujó las llamas en todas las direcciones, de modo que, en apenas tres horas, éstas arrasaban toda la calle de la Costanilla y buena parte de Cantarranas, hasta llegar a la calle Trapería (Bajada de la Libertad) y la Frenería o plaza de la Gallinería (plaza Fuente Dorada), donde se detuvieron las llamas.

     La magnitud del incendio desbordó todos los recursos para combatirlo, de modo que a las seis horas ya se había extendido desde el final de la Costanilla (plaza del Ochavo) hasta la Especería y Cebadería, llegando a la Rinconada. En esta plaza, de forma aparatosa, se derribaron algunas casas con la intención de establecer un pretendido cortafuegos, pero fue inútil, las llamas alcanzaron el Sitio de Juan Morillo (plaza del Corrillo) y las pequeñas calles limítrofes, Roperos, Jubeteros y Sombrereros (hoy inexistentes), hasta Lencería.

     De este modo, el fuego penetró en la Plaza Mayor, alcanzando por un lado al convento de San Francisco (actual Teatro Zorrilla) y por el otro al Ayuntamiento, reduciendo a cenizas la Panadería Vieja, los soportales de Mantería y la calle de Jerez (calle de Jesús), siendo detenidas las llamas, al cabo de más de treinta y seis horas de haberse iniciado, en uno de los lados de la calle Empedrada (frente al palacio El Caballo de Troya, en la actual calle de Correos), cuando ya habían consumido buena parte de la Plaza Mayor y del barrio mercantil. Según figura en una Relación que se conserva en la catedral, el dramático incendio afectó a un total de 600 casas.

     De forma desesperada, y alertados por el sonido de las campanas, se llegaron a reunir 3.000 personas para combatirlo, algunas llegadas apresuradamente de aldeas vecinas para aportar útiles, como también lo hicieran los frailes de San Benito, que abandonaron provisionalmente la clausura y trabajaron sin descanso con los precarios medios de su huerta. Como ocurriera tiempo atrás en Pompeya, algunos nobles se apresuraron a depositar sus riquezas en conventos alejados del centro, mientras los plateros arrojaban el oro, la plata y las piedras preciosas a los pozos de sus casas. Mientras que las pérdidas de productos, especialmente vino y productos artesanos, fueron muy elevadas, evaluadas por el Corregidor don Luis de Osorio en 600.000 ducados, las desgracias humanas se limitaron a 6 personas, cifra no muy elevada para la magnitud de la catástrofe.

     El Ayuntamiento convocó una reunión extraordinaria el 24 de septiembre. Tras declarar la tragedia como un castigo de Dios por los pecados de los ciudadanos, acordó recordar el suceso anualmente con una procesión solemne. Esta declaración puede resultar incomprensible en nuestro tiempo, pero hay que recordar que aquella era una sociedad sacralizada.

     No faltaron sospechas de que se tratase de un atentado provocado, así lo manifestó el Corregidor en una carta dirigida a Felipe II, después de apresar a tres franceses, a uno de los cuales se torturó para que confesara. Asimismo, esta idea fue avalada por don Tello de Sandoval, presidente de la Chancillería, que tras las investigaciones declaró haberse encontrado pólvora en algunos lugares siniestrados. Por su parte, según la documentación conservada, el Cabildo hizo constar en acta que, según algunos rumores, la desgracia había sido provocada por los luteranos. El contenido político de estas acusaciones fue acallado, dándose por buena la explicación oficial de que el fuego se había producido accidentalmente por una hoguera mal apagada, que había sido encendida por un grupo de muchachos en el patio del platero Juan de Granada.


     Tras acomodar a aquellos que habían perdido su vivienda y de establecer talleres provisionales para artesanos y comerciantes, el Ayuntamiento recurrió suplicante al Rey en busca de ayuda, esperando una concesión especial por su condición de vallisoletano de nacimiento, hecho ocurrido el 21 de mayo de 1527. Efectivamente, Felipe II reaccionó favorablemente, llegando a dictar 63 cédulas y provisiones para la reconstrucción del centro de Valladolid, hecho que algunos historiadores han interpretado como una forma de compensar su mala conciencia, tras haber trasladado la Corte desde su ciudad natal a Madrid. Lo cierto es que el monarca controló personalmente todos los detalles del proyecto: valoraciones, expropiaciones, indemnizaciones, proyectos y financiación de las obras. Enseguida el proyecto fue encomendado al maestro de obras Francisco de Salamanca, ejerciendo la supervisión los arquitectos reales.

     Realizados los trabajos eficazmente entre 1562 y 1576, el nuevo centro de Valladolid acogió recursos arquitectónicos novedosos en España, como la colocación de muros de ladrillo o piedra, con función de cortafuegos, colocados cada diez casas, así como un servicio nocturno de vigilancia provisto de trompetas (futuros serenos). Pero lo más importante fue la aplicación de criterios renacentistas en el nuevo urbanismo, con un trazado de calles rectas, casas de la misma altura y fachadas uniformes, algunas manteniendo los soportales adintelados sobre zapatas, pero utilizando columnas de piedra de una sola pieza de aire clasicista. Otro elemento peculiar de estas viviendas es la distribución de la planta baja a dos niveles, con el despacho comercial a ras de calle y encima el taller de artesanado, trazado que todavía permanece en algunos negocios de los tramos con soportales y de la calle Platerías. Por el contrario, han desaparecido de los soportales aquellos huecos abiertos en el techo para facilitar la llave por la noche cuando las puertas estaban cerradas, recurso más utilizado de lo que se puede pensar en una ciudad con abultada población universitaria.

     En aquella reconstrucción se forjó una nueva imagen arquitectónica del centro de Valladolid que sería motivo de admiración a los ojos de los visitantes extranjeros. A pesar de incorporaciones y renovaciones posteriores, de aquel centro reconstruido permanece viva su estética en la calle Platerías, en la plaza Fuente Dorada y en la Plaza Mayor, espacios modernos que sirvieron de modelo para otras ciudades españolas, americanas y europeas.

Ilustraciones: 1.- Escena de azulejos del zaguán del Palacio Pimentel, realizada en 1939 por el talaverano J. Ruiz de Luna. 2.- Lugar de la Calle de Platerías donde se originó la tragedia. 3.- Bajos característicos de dos pisos en las casas reconstruidas de la Calle Platerías.

Informe y fotografías J. M. Travieso.
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