26 de abril de 2009

Historias de Valladolid: LA GRUTA DEL CAMPO GRANDE, “Corre y lo verás”



     Uno de los elementos más singulares del decimonónico parque del Campo Grande es la Gruta o Cascada, conjunto romántico cuyas aguas abastecen un lago artificial, el popular estanque tan apreciado durante generaciones por los vallisoletanos.

     Fue en el año 1877 cuando, por iniciativa del alcalde Miguel Íscar, se trazó el proyecto del gran jardín, siendo encomendado su acondicionamiento al arquitecto Ramón Oliva y los jardines a Francisco Sabadell. Desde entonces la enorme explanada recorrida por viejas calles formadas por hileras de olmos que habían sido plantadas en 1788 por el arquitecto neoclásico Francisco Valzanía, y que delimitaban su perímetro, fue ocupada por un conjunto de caminos, plazas y glorietas salpicadas de fuentes, memoriales y pajareras con aves exóticas, con un tupido arbolado que incluía especies traídas de otros continentes, conformando un laberinto natural de concepción romántica y naturalista.

     Desde un primer momento se planteó la construcción de un estanque que, al margen de sus valores paisajísticos, sirviese como depósito de agua para el riego. En 1878 incluso fue planteado como depósito para las necesidades del barrio de San Ildefonso, determinando su ubicación en la parte próxima al Colegio de Filipinos. El novedoso proyecto del lago artificial fue aprobado en la sesión municipal del 13 de enero de 1879, con un presupuesto de 26.340 pesetas, iniciándose las obras rápidamente con la intención de que estuviesen acabadas en el verano de aquel mismo año, para lo que destinaron un numeroso grupo de obreros.

     Pero acabadas aquellas obras realizadas con tanta prisa, se comprobó que aquel lago con el fondo de hormigón y el perímetro revestido de piedra horadada traída de la provincia, no estaba a la altura suficiente para permitir el riego y su vaciamiento para tareas de limpieza. Para paliar el problema se sugirió la colocación de una noria y un sistema de alcantarillado para evacuar estas aguas en el Pisuerga. Finalmente, las aguas del lago se virtieron en un riachuelo con un desnivel apropiado que atraviesa el paseo central hasta confluir en otro pequeño estanque de aguas remansadas, en cuyo centro se encuentra una estatua de Neptuno, uno de los lugares más recoletos del parque.

     El 21 de marzo de 1879, dos meses después de aprobarse el proyecto del lago y cuando este sólo estaba a falta de algunos remates, el diario El Norte de Castilla sugirió aprovechar algunos materiales sobrantes, propiedad del Ayuntamiento, para construir una cascada junto al estanque. La idea era muy atractiva y fue aceptada, iniciándose un complicado proceso que se alargaría en el tiempo.
     Primero porque fue proyectada por el arquitecto Ramón Oliva sobre la marcha, sin la existencia de un plano de referencia, lo que provocó numerosos errores y problemas durante los meses de mayo y junio. De nuevo las prisas hicieron que esta obra se iniciara sin haberse redactado un expediente y sin haberse aprobado su presupuesto, trámites que paralizaron los trabajos durante el mes de julio de 1879.

     Para colocar la cascada fue necesario crear un montículo artificial, sustentado sobre un muro de contención y con un espacio interior en forma de gruta que albergaría dos nichos para colocar acuarios. Reanudadas las obras en agosto, se utilizaron en la construcción bloques de piedra procedentes del antiguo Ayuntamiento con el fin de reducir gastos. Estos bloques, que recubrían el exterior del montículo en forma de ruina romántica, pusieron en peligro la solidez de la estructura, que en marzo de 1880 fue declarada ruinosa. Desde el Norte de Castilla se criticó la torpe actuación del arquitecto municipal, ausente en todo este proceso, que fue obligado a realizar un reconocimiento sobre el terreno para acometer la consolidación definitiva.

     Pero a estos problemas vendrían a añadirse otros relacionados con los elementos decorativos. Mientras se realizaban las obras que hemos citado, se convocó un concurso para la adquisición de estalactitas naturales, pero ante la ausencia de licitadores se autorizó al alcalde su compra. Éste encomendó a un decorador francés el montaje de la gruta y el suministro de los elementos ornamentales. El tal decorador hizo un acopio de estalactitas naturales en la sierra de Atapuerca, siendo retenido por la Guardia Civil su envío a Valladolid, siguiendo las órdenes del Gobernador de Burgos que, tras haberse enterado de esta maniobra, a la que calificó de vandálica, exigió la devolución de lo extraído y ordenó la vigilancia de Atapuerca.

     El tema de las estalactitas provocó un conflicto entre las autoridades de Burgos y Valladolid, aunque el consistorio vallisoletano explicó que el artista comisionado había presentado cartas a los alcaldes de diversas localidades de Burgos, Cantabria y Vizcaya con la petición del permiso para extraer estas piezas de cuevas naturales. Finalmente medió el ministerio de Fomento, que ordenó la entrega de las estalactitas al Ayuntamiento de Valladolid, siendo colocadas durante el mes de junio en la bóveda artificial.

     En mayo de 1880 se abrió en lo alto de la gruta una fuente que, a modo de manantial natural, vertía sus aguas sobre la gruta en forma de cascada romántica. Las obras fueron supervisadas un mes después por el Ministro de Estado a su paso por Valladolid. Los cristales de los acuarios, actualmente desparecidos, fueron colocados en septiembre de aquel año. Transcurrido un tiempo, la vegetación envolvente en un entorno tan húmedo, el murmullo de la cascada al vertir sus aguas al lago, el misterio de una gruta de apariencia natural y la posibilidad de acceder a su cima para contemplar una panorámica del parque, hicieron de la gruta y la cascada el elemento más popular del Campo Grande.
     Poco a poco, la exuberante vegetación dio lugar a que aquel montículo artificial quedase casi oculto, deparando una agradable sorpresa a los paseantes por su aspecto pintoresco.

     Pero también disparó la imaginación de algunos asiduos al parque. El carácter emboscado de la gruta y la cascada favoreció la creación de leyendas y ficciones en torno a ella, algunas vigentes hasta los años 50 y 60 del siglo XX, años en que en el interior de la gruta el Ayuntamiento concedía una licencia para la explotación de ¡una cervecería!

     Una de las leyendas está condicionada al tránsito por el interior de la gruta, que tiene accesos de entrada y salida a los lados. Se extendió la creencia de que la gruta había que cruzarla andando, nunca corriendo, bajo la amenaza de ser víctima de un maleficio que produciría su hundimiento y quedar atrapado en ella como castigo. Como todo misterio tiene sus claves, este también la tiene. Algún vallisoletano romántico, aunque poco experimentado en epigrafía, quiso encontrar esta amenaza en una inscripción que aparece visible en un sillar de los que, procedentes del viejo Ayuntamiento, fueron colocados en la parte alta de la gruta y en el que, con letras incisas, figura “CORE / ALON / VERA”, parte de una inscripción más larga que con imaginación transcribió como “Corre y lo verás”, todo un desafío de las fuerzas ocultas. Posiblemente fuera influido por aquellas obras precipitadas que provocaron su inicial estado ruinoso.
     La vieja leyenda se ha perdido con el tiempo, es poco conocida, apenas oída por aquellos que frecuentábamos el parque en nuestra infancia y que temíamos el entorno de la misteriosa gruta al anochecer, pero allí sigue visible la inscripción empotrada en la terraza de la parte alta de la cascada. Junto a ella discurren hilos de agua entre una densa vegetación, las estalactitas penden en el interior de la gruta y el lago aparece como un remanso de paz en el centro de Valladolid.

     Todo ello esperando la restauración integral del Campo Grande anunciada por el Ayuntamiento, aunque a este parece no afectarle aquello de “Corre y lo verás”.

Informe y fotografías J. M. Travieso.
Registro Propiedad Intelectual - Código: 1205151649996

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